Vidas de santos

La edad no es impedimento para alcanzar la santidad y esto es lo que demostraron muchos niños que se destacaron por su testimonio de piedad, fidelidad y amor a Dios.
Mártires, héroes en guerras, enfermedad y violencia, pequeños enamorados de Dios y de la Virgen.
¿Sabías que más de 400 de los 10.000 santos y beatos de la Iglesia, son niños o adolescentes? Entre estos también contamos los siervos de Dios y venerables. La mayoría de ellos son mártires, y los demás han alcanzado la gloria de la santidad con su testimonio vivo de fe y amor a Dios y a su madre la Virgen María.
A pesar de su corta edad han sobrellevado dignamente persecuciones, guerras, violencias domésticas, enfermedades terminales; llenos de paz encarnando los dolores de Cristo en la tierra.


Pequeños en edad, gigantes en santidad
Los dos pastorcitos de Fátima son los santos más jóvenes no mártires canonizados por la Iglesia. Su festividad se conmemora el día 20 de febrero.
Jacinta y Francisco, fallecidos en olor de santidad antes de cumplir los 10 y los 11 años de edad, respectivamente, fueron canonizados por el Papa Francisco el día 13 de mayo del 2017. Ellos son considerados los niños no mártires de más tierna edad elevados a la honra de los altares. ¡Hecho inédito en toda la historia de la Iglesia!
La gran ceremonia de canonización transcurrió en la Cova da Iria, en el mismo lugar donde la Madre de Dios se apareció en 1917. En este centenario, aproximadamente 500 mil peregrinos acudieron a aquel sagrado lugar para rezar, agradecer las gracias recibidas, suplicar nuevas gracias, y también para asistir a la canonización de Jacinta y Francisco, que, juntamente con Lucía, fueron los videntes de la Santísima Virgen en las apariciones ocurridas de mayo a octubre de aquel año.
Así se realizó una de las grandes expectativas de la hermana Lucía, al escribir sobre “la más íntima amiga de su infancia”, aquella a quien “debe, en parte, haber conservado la inocencia”. Ella afirmó: “Tengo la esperanza de que el Señor, para gloria de la Santísima Virgen, le concederá a Jacinta, pero vale también para Francisco, la aureola de la santidad. Ella era una niña solo en años. En lo demás sabía ya practicar la virtud y mostrar a Dios y a la Santísima Virgen su amor, por la práctica del sacrificio… Es admirable como ella comprendió el espíritu de oración y sacrificio, que la Virgen nos recomendó… Por estos y otros hechos incontables, conservo de ella una gran estima de santidad”.
Aún pequeñitos, se elevaron a la cumbre de la santidad
Creo que se puede sin temor afirmar que Jacinta y Francisco son los niños más famosos del mundo. Lo que nos hace recordar la frase lapidaria de Víctor Hugo, de que “solo hay una fama verdaderamente inmortal: es la de los santos de la Santa Iglesia Católica”.
¿Cómo podrían estos pequeñitos practicar grandes virtudes al punto de haber sido elevados a la honra de los altares? Como se sabe, para que una persona sea declarada santa, existe un proceso —en el pasado, aún mucho más riguroso que hoy en día—, en el cual se estudia minuciosamente toda su vida, a fin de certificarse, sin ninguna sombra de duda, de que ella practicó en grado heroico las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).
El día 13 de mayo de 1999, concluido ese proceso, la Santa Sede dio el reconocimiento de que ambos videntes practicaron heroicamente tales virtudes, permitiendo su veneración privada como santos. Para que esa veneración se haga pública, eran necesarias la beatificación y la comprobación científica de un milagro.
El Postulador de las causas de beatificación de Jacinta y Francisco, padre Luis Kondor SVD, aseguró: “Durante seis meses de estudio de la documentación [del proceso de beatificación de Francisco y Jacinta], dieciocho peritos en la materia se volcaron sobre la vida de los dos pequeñitos y, con gran admiración por sus virtudes, dieron su voto positivo, por escrito, a la Congregación para la Causa de los Santos […]. Termino repitiendo la profecía de san Pío X: ‘¡Habrá santos entre los niños!’. Agregando: ‘¡Los habrá, sí, en breve!’”.
Francisco: contemplativo y eremita-orante
Menos expansivo que su hermana Jacinta, Francisco fue más llamado a la contemplación y a ser algo como un pequeño eremita-orante para desagraviar y consolar a Nuestro Señor Jesucristo. Para eso, con frecuencia, se aislaba por los campos de la Cova da Iria. Cierta vez, imaginando cómo sería Dios, dijo: “¡Qué pena que esté tan triste! ¡Si yo lo pudiera consolar!”
Pasemos a la transcripción de algunos episodios extraídos del espléndido libro del padre Luis Gonzaga Ayres da Fonseca, profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Son pequeños episodios, pero que revelan la grandeza de la virtud que, aún siendo niños, los confidentes de la Señora de Fátima practicaban.
En una ocasión, mientras Lucía y Jacinta jugaban corriendo detrás de mariposas, Francisco se aisló para rezar. Después las dos niñas fueron a llamarlo:
“— Francisco, ¿no quieres venir a comer?
— ¡No! Coman ustedes.
— ¿Y a rezar el rosario?
— A rezar, después voy. Vuélvanme a llamar.
— Pero, ¿qué estás haciendo aquí tanto tiempo?
— Estoy pensando en Dios que está tan triste por tantos pecados… ¡Si yo pudiera darle alegría! (Y pasó el día en ayuno y oración). […]

— Francisco, ¿qué te gusta más? [preguntó Lucía].
— Me gusta más consolar a Nuestro Señor. ¿No te diste cuenta cómo la Santísima Virgen, todavía en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no ofendieran más a Dios Nuestro Señor, que ya estaba muy ofendido? Yo querría consolar a Nuestro Señor y después convertir a los pecadores, para que no le ofendan más”.
En una ida a la escuela en Fátima, Francisco le dijo a Lucía: “Mira, anda tú a la escuela, que yo me quedo aquí en la iglesia con Jesús escondido. De nada me vale la pena aprender, porque dentro de poco me voy al cielo. Al salir me llamas”.
La Divina Providencia pide el sacrificio supremo
El día 28 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta enfermaron gravemente, atacados por la terrible epidemia de bronconeumonía, que tantas víctimas causaba entonces en toda Europa.
Jacinta le dijo a su hermano: “No te olvides de ofrecer tus padecimientos por los pecadores”. A lo que Francisco respondió: “Sí, pero lo ofrezco primero para consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora y después es que lo ofrezco por los pecadores y por el Santo Padre”.
Ya en vísperas de su muerte, le dijo a Lucía:
— “Estoy muy mal; me falta poco para ir al cielo.
— Entonces vete; pero no te olvides allí de pedir mucho por los pecadores, por el Santo Padre, por mí y por Jacinta.
— Sí pediré; pero mira: prefiero que pidas esas cosas a Jacinta, porque yo tengo miedo de que se me olvide en cuanto vea a Nuestro Señor. Sobre todo quiero consolarle a Él”.
El proceso canónico registra, según la declaración del padre Manuel Marques Ferreira, que poco antes de su fallecimiento, Francisco recibió la Sagrada Comunión “con gran lucidez y piedad”.
El día 4 de abril de 1919, a las 6 de la mañana, le dijo a su madre: “Oh madre mía, qué luz tan bonita”. Instantes después, el rostro de Francisco se iluminó con una sonrisa angelical, y él, sin agonía, sin una contracción, sin un gemido, expiró suavemente en su habitación.
Jacinta: inocencia, firmeza de carácter y reparadora de los pecados
Poco antes de ir a un hospital en Lisboa, Jacinta le reveló a Lucía:
“— A mí ya me falta poco para ir al cielo. Tú te quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María. ¡Cuando haya que decir eso, no te escondas! Dile a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio de ese Corazón Inmaculado; que se las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el Corazón de María. Que pidan la paz a este Inmaculado Corazón porque Dios se la entregó a Ella. ¡Si yo pudiera meter en el corazón de todo el mundo la lumbre que tengo aquí en el pecho quemándome y haciéndome gustar tanto de los Corazones de Jesús y de María!”.
Por algunos dichos de la pequeña Jacinta podemos percibir la grandeza de su alma, la magnificencia de su inocencia, su profundo amor a Dios. Ella confió a su prima Lucía:
“Pienso en Nuestro Señor y en Nuestra Señora… en los pecadores y en la guerra que va a venir… Va a morir tanta gente, ¡y casi toda va a ir al infierno!… Serán arrasadas muchas casas y matarán a muchos sacerdotes… ¡Qué pena! ¡Si dejaran de ofender a Nuestro Señor, la guerra no venía, ni iban para el infierno!… Mira, yo voy al cielo, y tú, cuando veas de noche esa luz que aquella Señora dijo que vendría antes, huye hacia allí también”.
Como ocurre con personas que conservan la inocencia, a Jacinta le gustaba meditar. Y ella lo confirmó: “Me gusta mucho pensar”. En una de sus meditaciones, la Virgen Santísima se le apareció, a fin de prepararla para su último calvario. “Me dijo (la Señora) que voy a Lisboa a otro hospital; que no te vuelvo a ver, ni a mis padres tampoco. Que después de sufrir mucho moriré sola. Pero que no tenga miedo, que Ella me irá a buscar para llevarme al cielo”.
Altísimos pensamientos de una niña inocente
En sus últimos días, Jacinta contó con la cariñosa compañía de la madre María de la Purificación Godinho, a quien la vidente llamaba “madrina”. Esta religiosa tomó notas de algunos dichos de la pequeña santa, cuyos pensamientos eran superiores a su edad. Aquí transcribimos algunos de ellos:
“Los pecados que llevan más almas al infierno son los pecados de la carne”.
“Han de venir unas modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor. Las personas que sirven a Dios no deben andar con la moda. La Iglesia no tiene modas. Nuestro Señor es siempre el mismo”.
“Los pecados del mundo son muy grandes. Nuestra Señora dice que en el mundo hay muchas guerras y discordias. Las guerras no son sino castigos por los pecados del mundo”.
“¡Si los hombres supiesen lo que es la eternidad, harían de todo para enmendarse!”.
“Los médicos no tienen luz para curar a sus enfermos, porque no tienen amor de Dios”.
“¡Ay de los que persiguen la religión de Nuestro Señor! Si el gobierno dejase en paz a la Iglesia y diese libertad a la Santa Religión, sería bendecido por Dios. Madrina mía, ¡pida mucho por los pecadores! ¡Pida mucho por los sacerdotes! ¡Pida mucho por los religiosos! ¡Pida mucho por los gobiernos!”.
Sobre la frase que sigue, la madre Godinho afirmó que Jacinta se refiere a “un gran castigo del que la Virgen le habló en secreto”:
“Es preciso hacer penitencia. Si la gente se enmienda, Nuestro Señor todavía perdonará al mundo; pero si no se enmienda, vendrá el castigo”.

“¿Quién te enseñó tantas cosas?”
Cierto día, Jacinta le dijo a la madre Godinho: “Yo iría con mucho gusto a un convento, pero me gustaría todavía más, ir al cielo. Para ser religiosa es preciso ser muy pura de alma y de cuerpo”. A lo que la religiosa le indagó: “¿Y tú sabes lo que quiere decir ser pura?”.
“— Sí, lo sé. Ser pura en el cuerpo es guardar la castidad, y ser pura en el alma es no cometer pecados: no mirar hacia donde no se debe, no robar, no mentir nunca, decir siempre la verdad aunque nos cueste”.
La religiosa, sorprendida por el hecho de que una simple niña diga cosas tan serias y profundas, le preguntó:
“— ¿Quién te enseñó tantas cosas?
— Fue la Virgen; pero algunas las pienso yo. Me gusta mucho pensar”.

Previsiones propias de quien alcanzó una elevada santidad
Pero, además de pensamientos superiores a su edad, Jacinta previó muchos acontecimientos. He aquí algunas de sus previsiones:
Dos médicos que trataron a Jacinta con dedicación, recibieron diversas muestras de agradecimiento de la pequeñita. Uno de ellos le pidió que en el cielo rogara a la Santísima Virgen por él. Jacinta respondió que sí, pero que el doctor pidiera también por ella. Después, mirándolo, añadió: “Mire que usted también va y no tarda”.
La escena se repitió con otro médico, que se encomendaba a sí mismo y a su hija a las oraciones de la pequeña enferma, que, mirándolo atentamente, dijo: “Usted también viene; primero su hija, y después el doctor”.
De hecho, ambas profecías se cumplieron.
En otra ocasión, Jacinta dijo: “Mire, madrina, ya no me quejo [de los terribles dolores]. La Virgen se me apareció, dice que en breve me vendría a buscar, y que me quitaba los dolores”.

El día 20 de febrero de 1920, alrededor de las 6 de la tarde, avisó que se sentía mal y pidió los últimos sacramentos. Hizo su última confesión con el padre Pereira dos Reis. A las 10:30 de la noche, la Madre Santísima cumplía la promesa hecha en 1917 y la venía a buscar para llevarla al cielo: Jacinta expiraba con suma paz. Tenía casi 10 años.
Entusiasmo, gracia y admiración, por ocasión de sus funerales
Escribe el padre Luis Gonzaga Ayres da Fonseca: “El cuerpo, que tanto había sufrido ‘por la conversión de los pecadores’, fue amortajado con un vestido blanco de primera comunión y una cinta azul, como Jacinta lo había deseado, y depositado en las dependencias de la sacristía de la iglesia de los Ángeles, mientras se trataba del transporte a Fátima.
En aquellos días fue increíble el concurso de personas que lo quería ver y besar y tocar en él sus objetos de devoción, a pesar de las diligencias hechas por el Rvdo. Prior para impedirlo. Muchos querían llevarse reliquias, llegando unas estudiantes a cortarle parte del cabello”.
Finalmente, fue incumbido de custodiarlo el señor Antonio Rebelo de Almeida, que escribe lo siguiente con fecha del 11 de junio de 1934:
“Me parece estar viendo al angelito. Acostada en el cajón, parecía viva. Con sus labios y mejillas rosadas, bellísima. He visto a muchos muertos, pequeños y grandes, pero algo así jamás he vuelto a ver. El cuerpo exhalaba un perfume agradable, lo que no puede explicarse naturalmente, dígase lo que se quiera. El mayor de los incrédulos no habría podido dudar de ello. Pensemos en el olor que sale muchas veces de los cadáveres, que solo con gran repugnancia se puede estar cerca de ellos. Hacía tres días y medio que la pequeña había muerto, y su perfume era como el de un ramillete hecho con las más variadas flores. El número de los visitantes, que deseaban ver a la niña, era grandísimo… Yo no dejaba cortar reliquias; en este punto fui irreductible. Cuando la gente llegaba frente al cajón, todo era entusiasmo, delirio, admiración”.
El perfume fue cabalmente sentido hasta que el cajón de plomo se cerró. Ocurrencia tanto más notable en vista del carácter de la enfermedad y del tiempo que el cuerpo permaneció insepulto. El doctor Eurico Lisboa dejó registrado lo siguiente:
“El día 24 de febrero, a las 11 de la mañana, el cajón fue cerrado, y por la tarde, con gran compañía, llevado a la estación del Rossio, a fin de ser trasladado a Fátima. Para evitar posibles profanaciones de parte de los anticlericales, fue provisionalmente depositado en el sepulcro de familia del barón de Alvaiázere, en Vila Nova de Ourém. Desde aquel momento desapareció de aquella familia la tuberculosis, que ya había segado la vida a cuatro hermanos del barón y podría causar todavía más víctimas. Más aún: la fortuna de la casa, que estaba perdida, pudo ser rápidamente recuperada en buena parte, ciertamente, como el barón lo confiesa, por la especial protección de su ‘ángel tutelar’.

“El día 12 de setiembre de 1935 [o sea, quince años después de su muerte] se hizo la traslación del cuerpo hacia el cementerio de Fátima […]. En esa ocasión, por un pequeño corte hecho en el cajón de zinc del lado correspondiente a la cabeza, pudo verificarse que esta se conserva incorrupta, y probablemente en el mismo estado se encuentre el cuerpo. ¿Le habrá reservado la Providencia el privilegio concedido a los restos mortales de la santa vidente de Lourdes?
“En la sepultura el obispo de Leiria mandó grabar este epitafio, tan expresivo en su clásica simplicidad:
AQUÍ REPOSAN LOS RESTOS MORTALES DE FRANCISCO Y JACINTA
A QUIENES NUESTRA SEÑORA APARECIÓ”.
Portugal, escenario del primer milagro inequívoco
Para que alguien sea canonizado, se necesita también la comprobación inequívoca de dos milagros operados por su intercesión. El primer milagro hizo posible la beatificación de Jacinta y Francisco el año 2000. Así, el proceso de canonización siguió su curso. La Congregación para la Causa de los Santos reconoció la curación milagrosa de una dama portuguesa, nacida en Leiria el año 1930, María Emilia dos Santos. En 1989, por la intercesión de Jacinta y Francisco, ella se recuperó de una grave deficiencia física y volvió a caminar, después de permanecer paralítica durante 22 años, sin siquiera conseguir levantarse de la cama.
Doña Emilia, después de una novena a los dos pastorcitos, desde su cama indagó a Jacinta si sería curada y oyó una voz: “Siéntate, porque puedes”. Empezó entonces a sentir que la sangre comenzaba a circular por las venas de las piernas. Se sintió curada y se sentó en la cama. En el momento —altas horas de la noche— hubo un gran alborozo en su casa debido a aquella curación repentina. Los médicos peritos del proceso consideraron que el hecho no tenía explicación natural.
Brasil, palco del segundo extraordinario milagro.
Por intercesión de los dos pastorcitos de Fátima, el niño Lucas de Oliveira, de la ciudad de Juranda, estado de Paraná, fue salvado milagrosamente. Con apenas cinco años de edad —conforme lo declararon sus padres, João Batista Pereira de Oliveira y Lucila Yuri—, Lucas se cayó de una ventana, de una altura de casi siete metros, mientras jugaba con su hermana el día 3 de marzo de 2013. El niño se golpeó con la cabeza en el suelo, lo que le provocó “un traumatismo cerebral severo con una gran pérdida de masa encefálica”. Trasladado al hospital de Campo Mourão, llegó “en estado de coma muy grave. Tuvo dos paros cardíacos”.
El pequeño paciente fue sometido a una cirugía de emergencia. Los médicos manifestaron que “el riesgo de que Lucas muriese era muy alto y en caso de que pudiese sobrevivir quedaría en estado vegetativo”. Fieles devotos de la Virgen de Fátima, los padres le pidieron a Ella, así como a Francisco y Jacinta, que intercedieran por su hijo.
Como los días corrían y el niño empeoraba, el padre imploró a una monja las oraciones del Carmelo de Campo Mourão. Después de un contratiempo inicial, una de las carmelitas fue a rezar junto a las reliquias de Francisco y Jacinta que estaban delante del tabernáculo. Ella les suplicó: “Pastores, salvad a este niño, que es un niño como vosotros”. Después, todas las religiosas de aquel Carmelo también rezaron para que los pastorcitos intercedieran por Lucas.
Así lo narra João Batista: “De la misma manera, todos nosotros, la familia, comenzamos a rezar a los pastorcitos, y dos días después, el 9 de marzo, Lucas despertó y comenzó a hablar, preguntando incluso por su hermana pequeña. El día 11 desde que tuviera el accidente salió de la UCI y fue dado de alta del hospital en 15 días. Estaba completamente sano, sin ninguna secuela, ni daños neurológicos ni cognitivos. […] El niño salió del hospital como si nada hubiera pasado y volvió rápidamente a sus actividades normales, incluyendo las prácticas deportivas”. Los médicos comprobaron que no había ninguna explicación científica para tal recuperación.
Ambos milagros —la curación de doña Emilia y de Lucas— fueron obrados por las oraciones dirigidas conjuntamente a los dos santos videntes de Fátima, y no de modo separado a uno de ellos. Detalle de particular belleza, pues ellos siempre vivieron muy unidos, estaban totalmente consagrados a la Santísima Virgen y fueron fieles a los pedidos hechos por Ella en las apariciones.
En el cielo, dos nuevos embajadores junto a la Santísima Virgen
Con la reciente canonización, la Santa Iglesia presenta al mundo entero a dos grandes intercesores nuestros. Es un momento muy apropiado para que todos los padres de familia coloquen a sus hijos bajo la protección de Francisco y Jacinta. Para que narren a sus pequeños las admirables vidas de estos nuevos santos, recen el rosario en familia, suplicándoles que protejan sus hogares contra la disgregación de la institución familiar, atacada por tantos factores de corrupción moral diseminados a través de internet, de la televisión, de las modas inmorales, de las drogas, de las leyes que favorecen el divorcio, el aborto, la ideología de género. En fin, de tantos otros “errores de Rusia” (la doctrina comunista) esparcidos por todo el universo.
Los dos pequeños grandes santos de Fátima son modelos para nosotros, pues comprendieron la gravedad y la malicia del pecado, tuvieron horror a cualquier forma de ofensa a Dios, entendiendo, a pesar de su corta edad, cómo la vida pecaminosa lleva al infierno. Las vidas de Jacinta y Francisco son para nosotros una continua invitación a la conversión.

Santos Jacinta y Francisco , rogad por nosotros!


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